Llegaba
la noche cuando recibí el email en mi
iPhone. Lo leí con detenimiento e interés pero no conseguía dar crédito al mensaje. Aquellas palabras se
mantuvieron resonando en mi interior como una voz persuasoria y dogmática durante horas. Era
el credo, indiscutible y tajante, de la fotografía primigenia.
Salida analógica, salida analógica, salida
analógica….bum bum, bum bum, bum bum…
Una
vez digerido el golpe, aquella “salida analógica” -que lógicamente no era una señora de
moral distraída y apasionadas costumbres de retaguardia, como pude pensar alegremente
en un principio- pensé, iba a transportarme al pasado, al origen, al inicio de aquella
época pretérita casi olvidada. No digo que mejor. O si.
Tales
paladines, Rafa Pérez y Manuel Aguilar, que como quijotes – ninguno como Sancho que se
me enfadan- actuales decidían salir a batallar contra molinos convertidos en
gigantes y me habían arrastrado con ellos. Utilizar nuestras viejas cámara analógicas!!: película química y no
poder mirar la foto al instante de captarla era un reto que no me podía perder.
Necesitaba afrontarlo para sentirme fotógrafo. Para sentirme humano. Químico y
analógico. Por mis güevos. Con un par.
Saldría
a la calle con mi M6. La decisión estaba tomada.
Dispuesto
a todo.
No
me puse pañuelo en la cabeza, ni catana en la espalda. Tampoco me pinte la cara
de camuflaje o me ceñí el cinturón. Pero dispuse cuerpo y mente para afrontar
el desafío.
Cuerpo
de cámara, objetivos, película…ya está pensé? Me falta algo, no? Claro,
acostumbrado a dos bolsas pesadas llenas de cachivaches, salir con algo en la
mano y ya está me dejaba desnudo frente al mundo. Sería capaz? Podría salir ahí
afuera y regresar con mi objetivo cumplido? Ridículo? Miedo? Confusión?
Preguntas que dibujaban el sinuoso
sendero de la duda en mi mente.
Primer
problema: mi Leica era tan pequeña que apenas podía asirla entre mis manos.
Tenía que entrenarme: Dispuse un programa de instrucción y adiestramiento de
varios días. No fue sencillo.
Segundo
problema: pilas? De botón? Por todos los
Apus!!! Tenía que conseguir esa cosa cuanto antes, para familiarizarme con su
extrañeza al menos. Me costó encontrarlas en el barrio. En Casanova tenían la
solución.
Tercer
Problema: Cargar un rollo de película. No podía dudar ante mis compañeros y hacer el ridículo, o arriesgarme a perder la poca película de que dispondríamos liándola entre mis
manos o en mi cuello en un intento de introducirla en la cámara. Pensé que
utilizar unos rollos caducados desde hace siglos, que guardaba en mi estudio,
para practicar sería una buena solución. Recordaba que cargar una Leica no era
tarea fácil…y no lo fue. No señor.
Cuarto
problema: Mirar por el visor externo si utilizaba el 21mm. Tampoco podía correr
riesgos innecesarios y sacarme un ojo intentando mirar a través de aquella
cosa. Decidí practicar. Compre bebida isotónica, me puse el chándal y dedique
unos buenos cinco minutos a ejercitar ese movimiento y posición.
En
el camino se nos unió otro mandarín de la fotografía analógica: el legendario Rafa
Badía. Con él de nuestro lado y apoyándonos en su sabiduría y arte para estos
menesteres teníamos muchas posibilidades de salir victoriosos. Expugnar lo
inexpugnable es lo que rezaba en nuestro escudo de armas aquella mañana.
Había
que luchar. El que lucha puede ganar, el que no lo hace lo tiene todo perdido.
Y
así, entre nervios y dudas – todavía no sabía si había hecho bien en aceptar la
propuesta de Rafa Pérez y de Manuel Aguilar- llegó el día de la verdad.
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Arsenal utilizado en el asedio de nuestro pasado. |
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Restos de munición utilizada por Alfons Rodríguez |
Cómo nos ganábamos la vida?
Tal
fue la pregunta que me estuve haciendo durante todo el día, tras la
experiencia.
Me
sentí torpe. Y cuando miraba a mis colegas digitales con aquellos artilugios en
la mano, sobre todo a Rafa Pérez con la Rollei, pensaba: “Dios mio, se va a
hacer daño…”. Pero no. Todo salió a
pedir de boca. Sobre todo las hamburguesas que nos metimos entre pecho y espalda en el Bacoa.
Tampoco hay que olvidar las cervezas reconstituyentes que nos permitimos a lo
largo de la jornada…sin ellas, no quiero ni pensarlo.
Recorrimos
las calles de Barcelona, “apatrullamos” esquinas, rincones, callejones, haces
de luz, turistas despistados, paseantes inocentes, todos cayeron ante nuestros
certeros disparos. Digo certeros refiriéndome a que salían dentro del encuadre.
De composición, luz y de momento decisivo no hemos venido a hablar aquí. Óigame
usté.
Mi
Velvia 100F no me defraudó. Lo recordaba inseparable en contiendas pasadas. No
digo que fuera fácil meter aquello en mi M6, pero una vez dentro fluía raudo.
Demasiado, joder, si me despisto hubiera disparado 200 veces aunque sólo
hubieran 36 fotos disponibles.
Otro
aspecto que estuvo de mi lado es que no me llevé las tapas de mis objetivos
(zorro viejo que es uno), así no me olvidé quitarlas constantemente. Lo que no
pude evitar es mirar la parte posterior de la cámara unas 10 o 12 veces, en
busca de la “foto” una vez apretado el obturador.
Pero
bueno, he de admitir que al final del día me sentía bien. Me sentía capacitado.
Seguía siendo fotógrafo. De eso no había duda. Bueno, tal vez una duda
pequeñita. O mediana. Tirando a grande,
vaya.
Los
resultados me los dio el laboratorio de referencia en Barcelona para estos
menesteres de revelar diapos: EGM. Fui a buscarlos como quién va a recoger el análisis
de colesterol a su médico de cabecera o
quién va a afrontar el diagnóstico (con presupuesto) del dentista: acojonado.
Aquí
tenéis lo que salió de todo aquello, en la selección de fotografías que os
adjunto más abajo.
Y
concluyo con una confesión: NO volveré al analógico. Yo ya no estoy para esos
trotes. Soy demasiado joven para volver a la película química.
PARA CONOCER LA EXPERIENCIA DE LOS DEMÁS:
RAFA PÉREZ (proximamente)
RAFA BADÍA (proximamente)
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