w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



viernes, 10 de septiembre de 2010

SREBRENICA Y RD CONGO ¿EN QUÉ SE PARECEN?

(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.
Madres de Srebrenica llorando a sus hijos asesinados. 2010.


(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.
Niñas violadas en RD Congo. 2008.

Otra vez. Y ya van demasiadas. Pero es que esta vez me han tocado la fibra. (Siempre lo han hecho, pero esta vez es la “fibra” aquella que se utiliza como sinónimo de cojones. Una palabra soez, políticamente incorrecta y que no debe usarse en textos de opinión como este. Por eso yo no la voy a utilizar. Pero que sepan ustedes que esta vez me han tocado los cojones.).
Hace poco estuve trabajando en Srebrenica. Ya saben, el tema del genocidio aquel del que todo el mundo se queja (menos algunos). Aquella masacre perpetrada por serbios fascistas sobre bosnios musulmanes de una forma premeditada y ajena a las formas legales de hacer una guerra. No voy a entrar en toda aquella mierda (perdón) para no extenderme e irme por los cerros de Úbeda, pero diré que si aquello fue terrible, estúpido, cruel, abominable y sórdido, no vean ustedes como fue de triste. O exasperante.
Ayer leí una noticia (enviada a mi buzón de email por una periodista con criterio) que poco después comentaba con Gervasio Sánchez, por el omnipresente FB. La mala nueva en cuestión explicaba que a Philippe Morillón (el general francés que, en 1993, pasó olímpicamente de los avisos de las gentes de Srebrenica sobre lo que se les echaba encima y se fue tan campante de allí), las mujeres que perdieron a hijos y maridos en la matanza, lo abuchearon y expulsaron del cementerio de Potocari el otro día. Todavía se preguntará el francés el porqué de tan bochornoso recibimiento. Total, si sólo iba a hacerse unas fotos y una entrevista al cementerio que él contribuyó a crear. Y de pasó, si había tiempo, rendir homenaje a las víctimas. Primera “tocada” de fibra. Después repaso el capítulo de Afganistán y veo que Don Morillón aparece en circunstancias parecidas: pasando de todo. Reviso los apuntes de Srebrenica y me encuentro con Karremans, el Teniente Coronel holandés de la UNPROFOR que durante el genocidio del 95 pasó tres pueblos junto a sus cascos azules (o lo acojonaron Mladic y sus bestias), mientras los malos se cargaban aquella pobre gente en el patio de atrás. Segunda “tocada” de fibra.
Más: ayer, voy y me encuentro con una noticia en el periódico. Una noticia que habla de las violaciones masivas en RD Congo, ante la atenta mirada ( más bien “pasotismo” y/o “acojone”) de los cascos azules y su misión de paz allí: la MONUC. Esta vez, eso sí, los señores de la Naciones Unidas se echan las culpas. Yo cubrí ese tema hace dos años. Y hace varios más ya ocurrían dichos ataques con regularidad espantosa. Violaciones sistemáticas utilizadas como arma de guerra para mantener a la población atemorizada y controlada. Y allí estaban los cascos azules. Igual que hoy: echando unas partidas de mus. Qué estupidez. Otra vez mi “fibra” fue masajeada bruscamente y sin contemplaciones.
Después oyes o lees por ahí que nuestros ejércitos son “fuerzas de pacificación” o en “misión de paz”. Que hay actuaciones a las que no pueden llegar, que su trabajo allí es humanitario, bla, bla, bla… y mientras los débiles, desarmados e indefensos van “palmando” como conejos. ¿Para qué van armados entonces? ¿Para que se llaman ejércitos o soldados si no ejercen, o les dejan ejercer, como tales?.
Y en eso se parecen Srebrenica y RD Congo (sobre todo en la región de los Kivus): en que la comunidad internacional, la ONU y los gobiernos poderosos (sin hablar de nacionalidades porqué todos somos uno en realidad) tienen o tenemos ejércitos armados hasta los dientes, con un gasto insultante y preparados para matar o morir, o ambas cosas a la vez. Y no sirven para lo que dicen que se han creado. Digo “dicen” porque la realidad es que se han formado para invadir y para lucrar de forma espantosa a países sin guerra, pero que se benefician con ella. Tal vez se podría utilizar todo ese gasto militar en alimentar a los hambrientos. Incluso se podría destinar, esa partida presupuestaria enorme, a temas como alfabetizar a los ignorantes (sin culpa de ello) para que no violen, maten o discriminen al prójimo y hagan progresar a su país. Digo yo. Total, si el ejército, las armas y los Cascos Azules no sirven para su verdadero cometido, es tirar el dinero ¿no?. Su tarea actual (dicen) es casi la misma que la de las ONG y que yo sepa están no van armadas. Ayudan y punto. No se disfrazan de algo que no son.
Lo más triste de todo esto: Srebrenica, Congo o cualquier otro sitio parecido, es que se podía haber evitado. Y no se evitó. No tienen la culpa los soldados: cascos azules, verdes, rojos o amarillos; aún gracias. La culpa es de los que les venden la moto y luego no los dejan hacer su trabajo. Eso sí, los que pringan siempre son los mismos.
Por eso, paren ya de tocarnos los cojones, señores gobernantes. Y lo de señores es por teclear algo delante de gobernantes. Que de tanta tosca fricción aplicada con ceñuda intensidad, van a conseguir que alguien se inmole en la puerta de su puta casa. Y luego se quejaran.

domingo, 5 de septiembre de 2010

VISA POUR L' IMAGE, BREVES COMENTARIOS.


(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.

Esa foto: Un suelo adoquinado, con esa textura tosca. Aquellos libros abiertos, ofreciéndose. Como ventanas abiertas que igual que dejan entrar, dejan salir. Escapar, ser libres de nuevo o tal vez esperar la entrada de la esperanza, del futuro. La lucha por sobrevivir reflejada en una frágil niña que corre hacia adelante. Atraviesa un camino flanqueado por esa sabiduría que nos hará mejores. Una fotografía tomada en Myanmar el 23 de mayo de 2008, después del terrible ciclón que asoló el país. Seguro que Olivier Laban-Mattei no pensó todo esto antes de encuadrar, componer y disparar, pero es lo que ha conseguido transmitir con su imagen. Ahí está su talento.



Esa foto es la esencia del Visa Pour L’ Image de este año, igual que todas y cada una de las fotos que cuelgan de las paredes de Perpignan. Igual que todas las fotos que se han colgado en los anteriores 21 certámenes que llevan. Esa esencia que radica en cada una de las fotos de forma individual y en todas juntas, como bloque. Es la pulsión colectiva de todos los autores y de todas sus imágenes. No hay festival, no hay premios ni salas de exposiciones, ni jurados. Sólo hay mirada y vida. O muerte. Esperanza o desesperación. Eso es todo. Yo, ya no veo el festival como un conjunto de exposiciones, lo veo como un mensaje: Emisor-mensaje-receptor. Frecuento los tres estados del trinomio. No sé si me expreso con claridad. Disculpad mi torpeza si no lo hago.

Es un alivio no tener que hablar ya (aquí empiezo y concluyo con este tema) de la fotografía digital y clásica, de su divorcio, de la omnipresencia de la fotografía digital, de los móviles, del intrusismo. Es ya una realidad ineludible y es el estado normal del universo fotográfico y fotoperiodístico. Ya no es un tema recurrente. Y si se utiliza como tal resulta aburrido, redundante. Las cosas son ahora como son: fotografía digital al alcance de todo el mundo.


Es un placer, sabiendo ya que el fotoperiodismo no está en crisis, poder hablar de fotografía y punto. De su mensaje global e imprescindible. De cómo aporta su grano de arena para intentar cambiar el mundo a mejor. De ese modo, sobre este año me gustaría destacar, algunos quizá estéis de acuerdo, la obra de William Albert Allard. Una colección de fotografías realizadas durante 50 años. W. A. Allard nos trae una atmósfera y una luz tan cautivadora como los sujetos que encuadra. Es como un lienzo pintado con luz para lo cual se ha utilizado la mirada afilada de un cazador implacable. Disfruté mucho con las caras y personajes fuera de foco, en primer término, colándose en la imagen, de William Klein. Es uno de los rasgos utilizados por los clásicos que más ha influenciado en mi trabajo. Nos estamos acostumbrando ya a la cruda realidad de Walter Astrada, cosa que no le quita mérito a su talento. Al contrario, esa realidad es algo que no debemos olvidar jamás. Después te encuentras con la naturalidad de la otra Nueva York, la que nos enseña Antonio Bolfo. Me sentí atraído, por la parte que me toca, por el trabajo de Cédric Gerbehaye sobre el Río Congo. Como lo hice por “El día que todo cambió…” de Olivier Laban-Mattei. Aunque este año si he de escoger a un autor y a su obra me quedo con Stephanie Sinclair y su “Poligamia en Estados Unidos”. Natural, profunda, ejemplar, depurada, reveladora, cautivadora, técnicamente fabulosa, maravillosa y envidiable (creo que a todos nos gustaría hacer algo parecido, alguna vez, en nuestra carrera). Aunque claro, todo esto es sólo una opinión.