w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



viernes, 4 de mayo de 2012

EL TERCER JINETE: CRÓNICAS DE BANGLADESH (I)


Dhaka. Gulshan. Photo with iPhone.


Money for nothing
Para ser sinceros, la toma de contacto con el país no ha sido nada del otro mundo. Pero es sólo el principio. Hace 15 años estuviste a punto de viajar a Bangladesh, conocer la Boca del Ganges, los Sundarbans, las tierras prohibidas del Este de Chittagong, la confluencia de los sagrados ríos Brahmaputra y Ganges y bañarte en las aguas de la Bahía de Bengala. Pero no lo hiciste. Recuerdas que en aquel entonces el lema turístico del país era: “ Ven antes que el turismo”. O algo así.  Llegas con un retraso de 16 años pero el turismo todavía no ha llegado.

Ves que hay cosas que no cambian en estos lares. El claxon se sigue utilizando en vez de ceder el paso, hacer un stop, aminorar la marcha o poner el intermitente para girar o parar. Esto, convierte un paseo por la ciudad de Dhaka en una ruidosa travesía, sinfonía, “sin ton ni son”, con la que martirizar tus oídos.
Ves que cuando llueve todo se embarra pero nada se detiene, igual que  en la vecina India. Observas, atónito, como los rickshaws y auto-rickshaws se cuelan por todas partes y como las calles siempre sufren el típico cuadro sintomático de hora punta: ruido, prisas, atascos, polución…
 

Dhaka. Gulshan. Photo with iPhone.

Dhaka. Gulshan. Photo with iPhone.
(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.



El largo viaje desde la remota tierra de los parados y los recortes te deja maltrecho y el insomnio a 10 kilómetros de altura aún más. Sales del hotel y en la esquina ya te han pedido pasta tres o cuatro con el punzante – para ti- gesto de llevarse una mano a la boca y la otra a la barriga. Varios rickshaw wallah se ofrecen a llevarte pero tú lo que quieres es andar. Con ruido o sin él. Con calor o sin calor.
Saltas unos cuantos charcos y te atreves a cruzar  unas cuantas calles. Encuentras por casualidad un restaurante  y recuerdas que no has comido desde ayer, cuando surcabas el firmamento a mil kilómetros por hora. Entonces piensas en Alonso o Stoner y te das cuentas de lo relativo que es todo. No son tan rápidos.
Decides no entrar en ese establecimiento pues parece un poco fashion y tu buscas algo más local. Te abren la puerta y sin darte cuenta estas sentado en una mesa. Eres el único comensal, aunque caben unos cuarenta. Sin apenas tiempo para desplegar la servilleta  te plantan la carta delante. La oferta es abundante.
Le pides al camarero un plato muy de la tierra –bangladeshí, vamos- pero te suelta, convencido, que ese tarda mucho. Mejor el pollo a la nosequé que es muy rápido. Le devuelves un categórico “no tengo prisa”, pero él insiste. Acabas por aceptar la sugerencia. Le añades que te traiga un Nan -pan indio- pero como tarda 20 minutos, mejor patatas fritas a lo Burguer King, me asegura el tipo. No, le dices, prefiero esperar pues quiero algo más local. Insiste y acabas por decirle que te traiga las putas patatas. Al final, evitas el postre y pides un té, pero – a estas alturas ya te lo esperas- el sujeto te asegura que un café solo y soluble es mucho más rápido. Te haces quemaduras de tercer grado en la lengua por beber a toda pastilla. Qué estrés. Joder.
La banda sonora es lo ultimísimo de Dire Straits, dale que te pego en los altavoces. Pides la cuenta y ya la tienen hecha. Lógico. Pagas raudo como alma que lleva el diablo y sales cagando ostias del lugar, justo cuando suena el inédito y novedoso tema de los  Straits:  Money for nothing. Qué casualidad, en eso mismo estabas pensando, verdad?.

En fin, esperas volver pronto, con más  y mejor.