w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



jueves, 3 de marzo de 2011

CRÓNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 5: LO QUE EL VIENTO DEBERÍA LLEVARSE.



(c) by Alfons Rodríguez | Do not use. Dan, el doctor, peleándose contra el destino de sus pacientes.

Pues que quieren que les diga. Hoy es uno de aquellos días en que uno tiene el ánimo por los suelos. Uno de aquellos días que no se puede estar contento,  por lo que vio y vivió.
Hoy, es uno de aquellos días en que la vida no sonríe. Maldito cáncer esta humanidad que nos caracteriza.
Llevo varios días en el trasero del mundo. El mundo tiene muchos traseros y este es uno de ellos. El viento y la arena realzan la belleza de las fotos pero machacan, un poco cada día, los mecanismos de mis cámaras. Cuando las intento extraer de mi bolsa me miran con desprecio y me escupen arena a la cara. Esta mañana, al fin, una ha dejado de funcionar. Amén. Cuando llegue a Yamena la llevaré al hospital. La misión de MSF a la que acompaño no trata este tipo de pacientes. Kanem se llama este anti-Shangri la. Una tierra dorada y gris, a veces blanca. Viento a cuarenta y pico de  grados y más kilómetros, comida una vez al día (es lo que hay y suerte tengo habiendo lo que hay), eso si con arena en vez de sal.
Dan, el médico alemán que lucha en solitario en el Hospital de Nokou, acaba cada  día extasiado. Un montón de criaturas medio muertas por la malnutrición se encargan de ello. Aunque las cifras ya no son las del año pasado. Aquellas acojonaban. Otra vez MSF, los únicos que están al otro lado en cuestiones de emergencias.
A Yousuf, que levanta dos palmos del suelo, le trajeron casi muerto. Su madre ya se desprendió sentimental y físicamente de él. Iba a morir. A Mohamed Alí, de 14 meses, le metieron en agua hirviendo al nacer. No se sabe porqué. Se le fusionó el ano y se le salieron las tripas por el abdomen. Dan, el doctor se siente como Don Quijote, me cuenta. Loco y reparador de entuertos. Llevar a Mohamed Alí a Yamena cuesta una pasta. A ver como se lo monta.
Lo que les decía: ¿cómo no voy a tener vergüenza de ser humano?. Parece que todo esto no sirva para nada.
Los dromedarios nos miran al pasar, con el Land Cruiser a toda leche. Deben pensar: vaya manera de perder el tiempo. “Mira nosotros, que la vida siga su curso, total si nos vamos todos al carajo en lo que tarda en levantarse el harmattan”. Los dromedarios parecen viejos y sabios, siempre mirándote al pasar y masticando con paciencia y resignación.
Cada vez que me meto 6 ó 7 horas de 4x4 por pistas odiosas y llego a un centro de atención, una casucha polvorienta en medio de la nada, hay varias docenas de mujeres con sus criaturas malnutridas y hambrientas. Si yo he tardado horas en ver un pueblo, hagan cuentas y verán lo que han andado para llegar hasta aquí esas desdichadas. Tan bellas y dignas con sus telas de colores al viento. Joder con el petróleo que sacan los amos y compañía. A la mierda la polución, que hagan una carretera y pongan autobuses de una vez. Si ustedes les vieran las caras a esas madres.
Vuelvo a tomar el Toyota y, cagando ostias, me acerco a un Ouadi, el de Bacadrussos. Es el más grande de Kanem  y apenas es ya un charco  de aguas fétidas. Monsieur Mara Yiza Ushuman es el jefe de todo el oasis. Son sus tierras como lo fueron de su padre y antes de su abuelo. El las comparte. El problema es que ya queda poco que compartir: 4 tomates, higos, mangos y dátiles. Se acaba, me dice.

Vuelvo a la base, donde no se puede llegar de noche  por temas de seguridad, y el viento vuelve a sacudirme en la cara una bofetada impertinente. A lo mejor me la merezco por “so humano” que soy.
Ya podía el viento llevarse toda esta mierda. Y traer comida, lluvia y progreso. Por que lo que es Dios aquí no tiene consulta. Por eso yo no pongo a Dios por testigo, como hizo la O’ Hara o como se llamara aquella moza, debajo del árbol con el atardecer de fondo. Prefiero poner a Dan Doctor o a Fatima, o a Yousuf o a Mohamed Alí.
A ver si nos ponemos de acuerdo y repartimos un poco, chavalotes, que se que algunos os sobra hasta por las orejas. Cabrones. Unos malnutridos, y otros malnacidos.

lunes, 28 de febrero de 2011

CRÓNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 4: ¡ALTO A LA GUARDIA CIVIL!


Es un domingo cualquiera aquí en Yamena.
Por no estar abierto, no está abierto ni el VIP Room, en la Avenida Charles de Gaulle. Un garito cercano a mi hotel donde algunos expatriados van a hacer amigas. Amistades de aquellas que duran lo que dura dura. Aquel tipo de garitos a los que soy tremendamente alérgico. Yo, que no soy alérgico a casi nada más.
Cuando cae la tarde salgo a dar un paseo a la fresca. El termómetro de la cercana gasolinera a mi alojamiento sólo marca 37º. Son las 17.06 P.M. El aire es caliente y los ojos y la boca se  secan a los pocos minutos de estar en la calle.
Camino por las anchas y tranquilas avenidas del centro, hasta la vastísima Plaza de la Nación. En el trayecto, un cartel del Presidente de la República, el señor Idriss Deby Itno, saluda a todo dios que pasa por allí.
La Plaza de la Nación es del tipo Plaza Roja de Moscú o Plaza Tian An Men de Beijing. Es decir de aquellas que no ves los extremos. Burro grande, ande o no ande.
Los monumentos, a saber: Un soldado y una soldada bajo una gran uve de la victoria. Una esfera del mundo con África en el lado bueno. Y por último, un gigantesco arco del triunfo sobre una enorme escultura metálica, que representa un hombre semidesnudo rompiendo los grilletes que le oprimían. O eso deduzco. Todo ello adornado con farolas modelo “barbie” y fuentes que no funcionan aunque sea domingo por la tarde y la gente vaya a pasear y a tomar “la fresca” al lugar. Pero bueno, hay que aclarar que todavía están en obras. Lo que no sé es cuanto llevan así.
Que eso si que lo tiene este presidente, el señor Deby. Ha plantado jardines. Y los riega. Ha construido plazas. Y las adorna. Ha asfaltado calles. Y las barre. Ha extraído petróleo. Y trinca la pasta.
En esas que estoy paseando por la plaza, con matrimonios, niños, jóvenes, abueletes en los bancos, soldados con AK-47  –vamos lo normal que sale a pasear un domingo a la tarde-, cuando cerca del arco del triunfo “hipermegasuperguay”, me aborda un tipo de color blanco. Me pregunta si le puedo hacer una foto en el monumento que yo llamo de la liberación. Recuerdan, ¿verdad?.
Pues eso, un tipo con gafas de sol, camisa a cuadros y pantalón caqui, que yo ya tenía clichado, pues lo había visto bajarse de un todo terreno blanco marca UN. Se me acerca y me pregunta si le puedo hacer una foto, eso si en inglés. Yo por aquello del instinto le respondo, “Si claro, como no” en perfecto español, como pueden observar. Y no me equivoco. El tipo añade: “hombre!, eres español!”.
Total que le hago tres fotos. De las buenas, con su compacta, a contraluz, pero corrigiendo la medición. Vamos que el tío todavía se pregunta como narices lo hice.
Si a mi siempre me queda “to negro”,  debe estar cavilando el amigo. Ya te digo.
No tardamos en entablar conversación. Es lógico, dos pingüinos en medio del desierto, van a querer hablar. Aunque sea por curiosidad.
Me cuenta que trabaja en las Naciones Unidas, yo asiento sorprendido. Por aquello de la educación. Que es de seguridad y que lleva 3 años aquí, llevando el tema de secuestros, ataques y violaciones. Pero que ya se va. Que es de la Guardia Civil. Alto! Pienso yo.
En poco más de un mes nuevo destino: Liberia.
Me asegura que esto está tranquilo.  En febrero del 2008, en este mismo lugar que ahora la gente se hace fotos, antes se mataban a tiro limpio. Que la gente lleva dos años viviendo en paz y que no hay ganas de guerra. Por eso hoy, aunque se vayan a publicar los resultados del recuento de votos de las elecciones en el país, salga lo que salga, todo va a ser calma chicha. Lo de Haití si que fue jodido, asegura. Allí nos dábamos de ostias con los mayores hijos de puta del planeta. De los que mataban bebes. Porque con su sangre untada en el  cuerpo, las balas de las Naciones Unidas y de los cuerpos de elite de Brasil no les podían matar. Qué miedo.
Suerte en el Oeste y en Sudán. Suerte en Liberia, nos deseamos mutuamente.
Y nada, allí que se va el guardia civil, con su compacta y sus gafas de sol de “bodyguard”, hacia su potente e impoluto 4x4  blanco, marca UN.
Y yo, que  vuelvo al hotel andando. Con la boca reseca. Que quieren, lo de fotoperiodista freelance no da para más.
Nunca le había hecho una foto a un agente de la Benemérita. Ni imaginármelo vaya. Pero lo que ya es inimaginable es que se la fuera a hacer bajo un tipo medio desnudo de 15 o 20 metros de altura, a casi 40º y en la patriótica Plaza de la Nación de Yamena.
Si mi abuelo, el republicano, levantara la cabeza.

domingo, 27 de febrero de 2011

CRÓNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 3: ¿A QUÉ HUELE WAILA?

 Matadero de Waila, Yamena | (c) by alfons rodríguez
 Campamento El Buen Samaritano, Waila, Yamena| (c) by alfons rodríguez
 Marie Dimanche, vecina de Waila, retratada en su casa. | (c) by alfons rodríguez


C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.

Hoy les voy a explicar, o a intentarlo, como huele la angustia de unos, los muchos, provocada por la desidia de otros, los pocos. Mejor dicho, como hiede o apesta tal desidia.
Estuve en Waila, un gran suburbio de Yamena. Nada que ver con las fabelas de Brasil, los slums de Mumbai o los townships de Sudáfrica. Más pequeño, recogido, ordenado y menos poblado. Pero también cuecen sus habas, como en todas partes.
Esta vez me ha traído a África el problema del hambre y la malnutrición y eso mismo es lo que me llevó a Waila. Fui de la mano de una simpática y comprometida señora, funcionaria del Ministerio de Petróleo,  que no se amedrenta en esta estúpida sociedad patriarcal del Tchad. Machista, para dejarnos de eufemismos. Marie Dimanche ya ronda la cincuentena en años y la centena en kilos. Pero es aguda y ágil con la mirada y la palabra. Con el pensamiento. Su historia, demasiado densa para esta entrada, podría ser un guión de película europea de culto. De aquellas con tintes feministas. Fue Policía, se exilio, estuvo en la cárcel, divorciada, madre de 4 hijos naturales y otros dos adoptados. Esto a grandes rasgos y como trailer de su película. Su barrio, Waila, sufrió el pasado mes de septiembre unas  inundaciones terribles. El río que baña el suburbio se desbordó a causa del puto Niño. Me refiero a El Niño – fenómeno atmosférico- y no al impertinente crío que toda comunidad de vecinos sufre. Como decía, se desbordó el Tchari y trincó por delante todo lo que pilló: Árboles, cosechas, animales, casas de adobe, las escasas pertenencias de los vecinos y más de 40 seres humanos. Cuerpo y alma, porque a esos ya no los devuelve ni Alá ni la que lo parió. Ni Dios ni su padre.
En fin, que les voy a contar, la historia de siempre. Si antes ya eran unos desgraciados, dignos pero desgraciados, ahora son un montón de almas en pena, pululando por el precario campamento que les montó el ejercito con cuatro tiendas roñosas, importadas gracias a la gran generosidad de Arabia Saudita. Si, justo, esa misma Arabia repleta de Rolls Royce, mansiones, doctorados en Harvard y en Yale. La que rebosa petróleo hasta por las orejas del Jeque Mohamed, o como se llame. Pero aquí en Yamena lo que rebosó es el agua, que cuando se enfada tiene muy mala leche  y no entiende de trazados urbanos, pensados con las posaderas o con la desesperada búsqueda de un lugar donde vivir mientras esperas una vida mejor.
Pero fíjense que cuando entrevisto, fotografío y charlo con los desplazados, todavía me sonríen, aunque con tristeza, mientras me cuentan que perdieron a un hijo, que los bandidos aprovechan su vulnerabilidad para llevarse lo poco que les queda, que el gobierno no les hace ni puto caso y que pasan más hambre que los pavos de Manolo. O de Hassan en este caso.
Primero El Niño que los barre y luego sus líderes, elegidos por la gracias de Dios y del pueblo – como en todas partes – que van y se cagan en medio. Con perdón.
Allí conocí a Celestine, a Shabur o a Josephine con su pequeña de 9 días, por ejemplo. Y allí  observé sus ojos sin brillo que son el espejo de su alma.
Mientras el Gobierno de turno en el país vende el petróleo y se forra, ellos se apagan y recelan de su destino ante las inminentes lluvias. Que, por cierto,  se espera comiencen un día de estos. Si se llevó sus casas de adobe, imaginen lo que pasará con las tiendas de tela de la amabilísima Arabia Saudita. Joder.
Y en referencia al título que abría este desahogo, les diría que mientras paseaba por el barrio me topé con las letrinas – un socavón gigante en el suelo – y con el matadero de animales. Olía como no recordaba que algo podía hacerlo. Era más que mierda humana y putrefacción de despojos y sangre a casi 40 grados. Era un olor tan intenso y nauseabundo que me impedía respirar.
Salí a toda prisa de allí.  Y mientras contenía la respiración, no pude evitar pensar que así debe de ser como huele el alma de aquellos mal nacidos que permiten que esto ocurra y se perpetúe. Aquellos malditos que pueden evitar esto, que para eso están, para eso los escogemos, y no lo evitan. A eso huele Waila.
Volveré con más y espero que mejor.