w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



lunes, 14 de marzo de 2011

CRÓNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 8: ¡ENJOY SOUTH SUDAN!

Vamos. Para no echar ni gota.
Va y me dice el tipo – tan delgado que podría limpiar macarrones por dentro- como si tal y encima se queda tan pancho: ¡friend, enjoy South Sudan!.
Cuando el Bombardier de la Etiophian aterriza en Juba, el pasaje se baja del avión y camina a su aire hasta alcanzar el habitáculo que aquí se llama Terminal de Llegadas. En la valla exterior, una pancarta de lona anuncia: Welcome to South Sudan, the 193 country of the World!. Y es que ya es una realidad de facto.
Una vez a la sombra, evitada la ebullición del cerebro, un mostrador que se aguanta con permiso de las termitas recibe al viajero. Allí, un hombrecillo te señala con gestos un formulario fotocopiado en el que tu mismo te registras de tu puño y letra -con los datos típicos en estos casos- como si uno fuera agente de aduanas además de lo que sea, vaya. Voy y entre empujones escribo la verdad. Tentado estoy de poner de primer apellido Bonaparte y de profesión: emperador. Para una oportunidad que hay de hacerse el chulo y que además sea oficial. Me revisa el Permiso de Circulación, que aquí equivale al visado y tras unos cuantos empujones más me sella el pasaporte, arrebatando el tampón a unos aborígenes que se lo están sellando ellos mismo. “Pa” no echar ni gota. Lo que yo les diga.
Llegan las maletas y las tiran al suelo. Limpio que está como ustedes imaginaran. Algunos afortunados las tenemos que abrir. Chequeo ordinario, llevado a cabo por soldados y soldadas de uniforme azul de camuflaje (aquí debe de haber muchos lirios en el desierto). Uno, que ya es zorro viejo, le suelta a los dos metros de guerrero feroz que se le ha olvidado la llave en el coche. Y que no puede abrir la mochila. ¿Qué llave y que coche? Si acabo de llegar volando. El tipo traga y con una sonrisa me marca con tiza la mochila, la bolsa del equipo fotográfico y me dice: Welcome! Enjoy South Sudan!.
Salgo del aeropuerto pitando, antes de que el amigo pille lo de la llave y me haga despelotarme allí en medio. Yo odio las comparaciones raciales. Y no me gusta ofender.

Juba, la nueva capital del nuevo país, no se puede decir que sea flamante. Es un país nuevo que parece viejo. Muy viejo. Las calles son de tierra y llenas de socavones. Debe ser por eso lo de los Hummers y Toyotas a toda leche y no por lo del petróleo. Avenidas anchas flanqueadas de mierda de todo tipo. Montones de tierra y de material de obra, hierros, maderas, coches destrozados, tuberías colgando. Nada está en su sitio. Igual es que he llegado un poco pronto y lo tendrán todo listo para el 9 de julio, el día que se declarará la Independencia. Digo yo.
Una ristra de contenedores metálicos rollo estibador. Me toca el 92 y me dice la recepcionista que esto es el Hotel Oasis. Me clavan 140 USD por noche con comida y aire acondicionado. Cama, armario, mesa, baño, papelera  y mosquitera –cutre es poco- en 8 metros cuadrados. Todo fabricación china, eso ya me deja más tranquilo –será resistente y fabricado por obreros mayores de edad bien retribuidos- y está regentado por indios. De los de la India, no los de los caballos y el 7º. La puerta se cierra con un candado gigante de dibujos animados.
Pero eso si, estoy a la orilla del Nilo.
Un Nilo que está prohibido fotografiar, no sea que lo plagiemos. Pero el Nilo al fin y al cabo.
Fluye lento hacia el norte y pienso en el punto donde se funde con nuestro Mediterráneo. Es como un cordón umbilical que me une por un momento con mi lejana Barcelona. Fluye, les digo, calmado y sabio, como contraste a lo que ha sido esta tierra durante décadas. Sólo los últimos 20 años (hasta el 2005) se han matado entre si más de dos millones de personas. Los acuerdos de paz de hace 6 años han derivado en la secesión por mayoría absoluta del Sur con respecto al Norte. Ya vale de matarse, habrán pensado. Aunque todavía no han parado y siguen los combates de forma puntual. Son siglos de clanes tribales enemistados. Y eso no se apaña en un momento con ayuda de los incompetentes observadores de las Naciones Reunidas Geyper.
Voy a cenar y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro rodeado de rusos con cara de piratas, mientras por megafonía suena reggae sin identificar. Trabajadores del petróleo prefiero pensar mientras rebaño el plato y me alejo de nuevo en dirección al Nilo. Ahora es de noche pero se percibe su enorme masa de agua mítica, alejándose indiferente. Un gato, un pájaro y un sapo se cruzan en mi camino. Me quedo contemplando el gran río y pienso: Aún tendrá razón, que lo voy a disfrutar.
Por la noche, mientras acabo de escribir estas cuatro letras empieza a llover a cántaros y Thor  golpea con fuerza su martillo. Llueve tanto que no oigo ni el tlec, tlec, del teclado.
Por hoy es suficiente, acabo de llegar y todo está por delante. Para mi y para este país nuevo pero viejo, gastado y cansado. Otro país que echarnos a las espaldas.