w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



sábado, 12 de marzo de 2011

CRÒNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 7: REFLEXIÓN Y ESPERA.



(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.

Algunos ya lo sabrán. Lo habrán vivido. A otros es lo que les aguarda. Hablo de aquellos días en que toca esperar. Tener paciencia. Y de las noches. Aquellas noches oscuras y densas que no dejan que el tiempo las atraviese con fluidez. Aquellas noches que transcurren lejanas y lentas. Noches de vigilia.
A mi me ocurre cuando he de viajar, al día siguiente, a un lugar en el que nunca estuve. Cuando empiezo un nuevo proyecto o cuando debo esperar para seguir con algo que tenía en marcha. El mono del obturador. Algo así como yonqui de la luz o de las historias que hay que contar. Los fotógrafos me entenderán.
Son días y, sobre todo, noches de soledad. Con sus cosas buenas y malas. Que avanzan al ritmo que marcan las aspas del ventilador –cuando hay electricidad-, o al ritmo de los pensamientos – a veces lúcidos, a veces agobiantes- que van y vienen a la mente de uno.
Esta vez me han atrapado en N’Djamena, pero eso no importa pues te pueden cazar en cualquier lugar. Incluso en tu propio hogar. Hoteles, tiendas de campaña, refugios, la casa de alguien, una base militar o de alguna ONG, bajo las estrellas. Son días y noches que acechan al reportero y que, a pesar de la experiencia y de verlas venir, siempre lo cogen a uno desprevenido. Como si no lo supieras, vaya.

Mi viaje a Sudán del Sur está muy cerca. Tanto que he mirado varias veces, con detenimiento, el documento que me dejara entrar en el país y que tanto me costo conseguir. Como asegurándome de su validez y corrección. Pero esto tampoco importa. Esta sensación está por encima del lugar o del motivo de un viaje. Sea a donde sea. Me gustaría pensar que es un avance, pero no se si lo es. Puedo entenderlo como un progreso en tanto que significa  acortar distancias para volver junto a los míos, las otras dos terceras partes de mi ser. Pero puede que, al mismo tiempo, signifique hundirme cada vez más en el fango denso y fétido de la inmundicia humana. De su desgracia, su egoísmo y su angustia. No es una queja. Yo lo escogí.
Son momentos de confusión: euforia y desánimo, excitación y hastío. Un sentimiento aparta al otro y así hasta las luces del alba o hasta que llega el momento. El momento de trabajar y contar lo que pasa.
Son momentos en los que disparas tu cámara sin algo concreto que narrar. Pero narras.
Además, el final de un viaje es sólo el principio del siguiente. Alguien lo dijo. Y tenía razón.

miércoles, 9 de marzo de 2011

CRÓNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 6: ROBAR A LAS HORMIGAS.

 Aldea de Matar, Guera. TChad. Mujeres termitiers abriendo hormigueros para llevarse el grano de recogido por los insectos.
(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.

Salimos de Yamena ni tarde ni temprano. La hora era de aquellas en que todavía puedes respirar,  pero, eso si, de aquellas en las que ya se puede freír un huevo sobre los tejados de zinc. O un gato si hubiera. Que esto es África y aquí no hay mascotas.
500 CFA es lo que cuesta que el mozo te levante la barrera –la levanta coche por coche manualmente – del peaje que hay a la salida de la ciudad. Una operación que se repite, más o menos, cada 100 Km. Tras unas cuantas docenas de vacas, cabras y algún perro con mala leche – en África no hay mascotas, recuerden-, se nos cruza un burro con los cascabeles bien puestos, el tío. A su ritmo, sin prisas. Ya pararán. Alguien en nuestro Land Cruiser, agudo y cachondo, afirma: “mira, el ministro de transportes!”. Preferiría que no insultaras al bicho, respondo. Se que es burro. Pero de ahí a compararlo con un ministro.

La movida sigue por esos derroteros. Alguien añade: “sabéis la historia del atropello de la cabra?”. No. Pues resulta que –dicen que es cierto, no sé si es más leyenda rural que otra cosa-, un tipo atropelló una cabra en Chad y la mandó a mejor vida. El propietario  reclamó al conductor que le pagara la bestia pero este se opuso. Al poco, allí estaban los tres: conductor asesino-acojonado, pastor despechado y la cabra de cuerpo presente y sin amortajar por las prisas. Vamos, esperando la barbacoa. Al poner en manos de la autoridad incompetente el caso, este resolvió, ante la perplejidad de todos los concurrentes – menos de la cabra – lo siguiente: Señor conductor, por favor, su permiso de circulación. Aquí tiene usted. Correcto. Bien, señor cabrero, por favor, el permiso de circulación de su cabra. Cómo? Qué no tiene? Y qué hacía su cabra en una carretera, sin permiso de circulación?. Caso resuelto. Aquí nadie tiene que pagar nada a nadie y la cabra me la como yo. Para compensar las molestias.
Paramos a ingerir algo y el chofer nos recomienda un sitio donde la carne de cordero la hacen que ni en Aranda del Duero. Resulta que el garito es de los que no se olvidan. Moscas, pan tostado al sol y vísceras de cordero a la chapa de zinc. Más moscas. Me alimento y sin rechistar, qué aquí el horno no está para bollos y menos para gratinar una lasaña. La salsa picante lo mata todo me digo. Pero picaba demasiado, casi me mata a mi también. Nunca pensé que una americana caliente me iba a salvar el gaznate. Me refiero a una Coca-Cola temperatura Chad (pervertidos lectores…). Me lavo las manos con agua corrosiva de un bidón de petróleo. Que contuvo petróleo. Seguimos.
Aquí, en la carretera, reina la ley LOPEZ (Ley de Orden de Paso por Envergadura – apéndice Z). O sea, que pasa primero el más grande, por cojones.  Por eso los camiones sobrecargados nos los ponen por corbata cada pocos kilómetros. Franqueamos  un pueblo y unas montañas que se llaman Abtouyour. No, cómo ustedes quieran no. AB-TOU-YOUR. Lo digo para los que aprendieron inglés con From the Lost to the River. “Up to you”, es otra cosa.

Aquí la cosa está chunga. Mientras los honestos dirigentes de este país se pegan un banquete de tres pares de narices, o me imagino que lo harán, visitamos un par de aldeas
donde el banquete se lo dan los pájaros cuando aparecen en plena temporada de recolección y no dejan grano en su espiga. Eso cuando no aparecen unos cuantos millones de langostas –las de tierra saltarinas- y se lo papean todo, todo. Muray y Matar se llaman los pueblos donde a las mujeres se les deforman los dedos de excavar en los hormigueros, para robar el grano que se llevaron las susodichas. Como previsoras que son. Apenas unos granos robados en cada hormiguero, pero que multiplicados por días, por hormigueros y por sufrimiento, se acaban convirtiendo en un pequeño cuenco con el que alimentar una criatura, una vez. Se me caen al suelo cuando veo lo que veo: Robar la comida a las hormigas. Se yo de unos cuantos, y ustedes también, a los que habría que robarles hasta el hígado. Que al Jerez y cocinado por Aníbal Lecter, o como se llame el personaje, tiene muchos nutrientes y además estará rico y todo.
Aquí luchan  los de Intermón Oxfam. Cada uno se busca un campo de batalla donde librar entuertos. Por eso los Land Cruiser de esta ONG son recibidos como caballeros de dorada armadura al llegar a estos pueblos olvidados por quién debería recordar. Recordar de donde viene y adonde va.
Olvidé decir que en venganza por los destrozos que ocasionan las plagas en las cosechas de aquellas pobres gentes, estas dan caza a todo tipo de bichos, los dejan secar, los machacan y hacen una estupenda salsa: le llaman kri-ket. Y es que aquí, en África, todo es naturaleza en estado puro y cruel. Aquí, donde las dan las toman.