w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...
miércoles, 16 de mayo de 2012
domingo, 13 de mayo de 2012
EL TERCER JINETE: CRÓNICAS DE BANGLADESH (II)
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Una mujer rebusca entre la basura de Kamrangchir gar, a las afueras de Daca. |
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Los habitantes de Gabura se preparan para las próximas inundaciones y rellenan sus tierras con fango |
(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.
Cinco kilos de arroz.
La
palabreja tiene tela. Kamrangchir gar se llama el sitio. Gar en bengalí
significa isla, hasta ahí llego.
Una
pequeña ínsula de 3 km cuadrados, olvidada por la gran Dhaka, bañada por uno de
los ríos más contaminados del mundo y habitada por 400.000 almas de Dios. Bueno
serían suyas y se ocuparía de ellas hace tiempo. Ahora pasa un huevo y parte
del otro, de tan poco provechosa propiedad. O eso debe pensar el señor Dios,
todo poderoso él.
Hace
calor y mucha humedad. Huele a mierda pura en putrefacción. Hace años este
lugar era un vertedero. La única diferencia con el presente es que antes sólo
había basura y ahora hay basura y seres humanos, estos todavía sin caducar.
Cuesta
respirar, al menos a mi. Ellos –los habitantes del suburbio- tal vez hayan
evolucionado, como hicieron los pinzones
de Darwin en las Galápagos, y ahora tengan unos filtros de doble paso, con
sistema humidificador y extracción de gases en los pulmones, con un dispositivo
paralelo que cubre también los bronquios, todo de fabricación alemana. Lo
último en evolución, oiga. O no.
A lo
mejor están todo el santo día oliendo y respirando mierda pura y se joden. O
toda su vida, así sin más. Tal vez los pobrecillos no se han adaptado.
Como
el suburbio es un asco -deben pensar los
que mandan- no lo incluimos en los planes de desarrollo de la capital. Y a ver
si se ahogan todos. Con el mal olor o en esas pestilentes y negras aguas. Aguas
con las que lavan la ropa, los cacharros de cocina, se bañan ellos y todo eso. No quiero ni pensar que más hacen
con esa agua. Me niego.
No
hay clínicas. Bueno, el gobierno no ha puesto ni una. Sólo una bienaventurada
ONG, los salvavidas de MSF, ha instalado dos centros y están que no dan al
abasto. No me extraña: 400.000, recuerdan?.
Lo
bueno que tienen aquellas gentes es que le han buscado el lado positivo. De la
desesperación deben haber pasado a la resignación, y de esta al negocio. Que
hay que comer, aunque sea poco y malo. Y así rebuscando entre la mierda, reciclando
y llenándole los bolsillos a los empresarios que además dirigen la ciudad, se
sacan unas perrillas para comprar los cuatro granos de arroz con que se
alimentan. ¿Atan ustedes cabos?. Por eso están bien como están. Si les limpian
la mierda, ¿quién hace el trabajo sucio?. Verbigracia.
El
avión de hélice me deja en Jessore y de allí, tras unas cuantas horas de
carretera, nos metemos en el profundo corazón rural de Bangladesh. Pago mi
tributo y me reúno con una serie de líderes locales, miembros de oenegés
nacionales, algún periodista y demás gente responsable del distrito. Todos van bien vestidos: pantalón elegante, camisa
bien abrochada, zapatos relucientes. Y luego estoy yo.
Saludos
muy formales, bienvenidas calurosas, seriedad distendida en el ambiente y tal.
Por supuesto no se ve ni una mujer en la sala. Las oigo en la cocina.
Nos
sirven la comida. Muy buena y muy picante por cierto –mucho quiero decir-. En
un instante, aquel grupo de hombres bien educados, según nuestros parámetros
culturales y sociales, se transforman. Empieza la bacanal.
Manos
pringosas por donde chorrean sustancias aceitosas, ruidos al masticar, sorbos,
eructos. Nadie habla. Se chupan los dedos y la palma de la mano derecha, se
beben el dhal – sopa de lentejas-
directamente del plato plano. Más eructos. A mi me acercan un tenedor, del que
hago el uso correspondiente y así, entre disimuladas miradas entre ellos y un
servidor, acaba el banquete. Sé de sobra que aquí se come con la mano, pero
cuesta ver a una banda tan bien puesta poniendo en práctica tal repertorio de
gestos y sonidos que para nosotros significan
justamente lo contrario: mala educación.
Hablamos
de muchos temas que me saltaré con su, vuestro permiso para no aburrir, pero
vamos a detenernos en uno: el de la igualdad de la mujer. Me cuentan que luchan
por sus derechos, por la igualdad entre hombres y mujeres y yo les pregunto que
si hay alguna mujer en sus respectivos equipos directivos. La respuesta ya se
la imaginan ustedes. Están en la cocina.
Viajo
hasta Gabura, una pequeña isla de rio, que cada año se inunda con la crecida
del nivel de las aguas, destrozando las casas de los habitantes. Toda la zona
costera del país está amenazada por los efectos del cambio climático. Además el
gran delta del Ganges se rellena de un agua de alta salinidad por las
filtraciones, esto y los ciclones, además de la tala masiva -se han cargado los árboles- deja el medio
mucho más vulnerable. Los vecinos no tienen donde cultivar y se limitan, los que
pueden, a trabajar en la cría de gambas y cangrejos. Lo que a su vez contribuye
a acabar con el ecosistema local. Es una isla de fango y sus habitantes viven
en fango. Subsisten como pueden y talan árboles ilegalmente del vecino Parque
Nacional de los Sundarbans, uno de los últimos reductos naturales del diezmado
tigre de bengala.
Me
paro con una familias que refuerzan sus chabolas de cara a la próxima llegada
de las lluvias. Me explican el drama del año pasado y el miedo por el que esta
por venir. Les pregunto si alguien del Gobierno ha pasado por allí últimamente.
Nada. Sólo cuando paso el ciclón Ayla vino un representante segundón, si no
fuera por Oxfam y sus socios... El político nos prometió ayuda, dicen. Al poco
llegaron unos botes. Traían un saco de arroz de 5 kilos para cada familia.
Cinco kilos para cada familia de 6 miembros de media, han oído bien.
Pienso
en voz alta y me expreso con claridad: Desde luego, se podían meter los cinco
kilos de arroz, grano a grano, sin prisa pero sin pausa, por aquel orificio
trasero de utilidad fisiológica de nombre poco agraciado. Ya saben. ;-(
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