(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.
Lo
adoro. Adoro contemplar como la rutina hace que la existencia sea entrañable,
cálida. Al menos la mía. Me gusta experimentar como nos da seguridad. Al menos
a mi.
Sales
a pasear por el barrio y observas. Te detienes mentalmente en todo aquello que
te une a un lugar determinado, el tuyo. Vecinos paseando con sus perros. Un
gato en la ventana. Alguien que compra el diario o que sale de la frutería con
naranjas para el zumo del desayuno. Otros que aparcan y revisan el móvil antes de
salir del vehículo. La atmósfera cálida que escapa de una ventana mientras
fuera hace frío. El contraste de las diferentes luces, anaranjadas y azuladas.
Jóvenes que regresan de estudiar inglés o de entrenar a fútbol cuando ya es de
noche. La cafetería que cierra la persiana hasta la mañana siguiente. A ese
hombre a esa mujer le espera la calidez de su hogar, quiero pensar. Me gusta
imaginar.
Reconforta
ver como tu barrio se apaga lentamente y
se enciende el frescor de la tarde. El frío de la noche. Y tú vuelves, tras el
paseo, al recogimiento de tu refugio. Le quitas el collar a tu perro y cierras
con llave la puerta de casa. Cenas, charlas, duermes…
Y
mañana más. Lo mismo. Esa es la rutina que adoro. La del atardecer, la de
cuando llega la noche.
Pero
a todo esto hay que darle un sentido. Analizo y determino que, como en todas
las cosas, esas sensaciones que me provoca la rutina se producen por el hecho de que existe algo opuesto, algo
que es contrario. No es algo descubierto ahora, pero si es algo sobre lo que
reflexiono ahora.
Es
por ello, quien sabe, por lo que dentro de poco voy a viajar a los hielos
eternos de la Antártida. Es por alargar su vida, la de la rutina, por lo que voy a ir hasta el desierto del
Sahara para ver como un pueblo se intenta abrir camino a contracorriente. A lo
mejor es esa la razón por la que voy a entrar en el corazón de una dictadura
azotada por los fríos glaciares del Este europeo y alimentada por el terror.
Tal vez por eso tengo en mente pisar tierras lejanas en Asia, Europa o en islas
perdidas en medio del océano. Puede que el miedo a perder mi apego por la
rutina sea la razón principal por la que voy a conocer gente muy diferente a mi
y lugares donde no voy a ser bien recibido o, simplemente, voy a ser ignorado.
Tal
vez hablar de pasión por la profesión - la de fotógrafo contador de historias- o la
manía de equiparar este trabajo con una forma de vida, de solidaridad y
compromiso, haya sido una tapadera. Un engaño gigantesco a mi mismo para
justificar el porqué de tanto viaje y
tanta desgracia contemplada. De tanta belleza atada al miedo de perderla, para
que una fotografía sea útil. Aunque la belleza sea prescindible. Podría ser que
fuera la rutina lo que resulta imprescindible.
Decía
Mario Benedetti que uno tiene en sus manos el color de su día: rutina o
estallido. Y digo yo, ¿acaso existe una cosa sin la otra?.
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