w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



domingo, 27 de febrero de 2011

CRÓNICAS AFRICANAS. CAPÍTULO 3: ¿A QUÉ HUELE WAILA?

 Matadero de Waila, Yamena | (c) by alfons rodríguez
 Campamento El Buen Samaritano, Waila, Yamena| (c) by alfons rodríguez
 Marie Dimanche, vecina de Waila, retratada en su casa. | (c) by alfons rodríguez


C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.

Hoy les voy a explicar, o a intentarlo, como huele la angustia de unos, los muchos, provocada por la desidia de otros, los pocos. Mejor dicho, como hiede o apesta tal desidia.
Estuve en Waila, un gran suburbio de Yamena. Nada que ver con las fabelas de Brasil, los slums de Mumbai o los townships de Sudáfrica. Más pequeño, recogido, ordenado y menos poblado. Pero también cuecen sus habas, como en todas partes.
Esta vez me ha traído a África el problema del hambre y la malnutrición y eso mismo es lo que me llevó a Waila. Fui de la mano de una simpática y comprometida señora, funcionaria del Ministerio de Petróleo,  que no se amedrenta en esta estúpida sociedad patriarcal del Tchad. Machista, para dejarnos de eufemismos. Marie Dimanche ya ronda la cincuentena en años y la centena en kilos. Pero es aguda y ágil con la mirada y la palabra. Con el pensamiento. Su historia, demasiado densa para esta entrada, podría ser un guión de película europea de culto. De aquellas con tintes feministas. Fue Policía, se exilio, estuvo en la cárcel, divorciada, madre de 4 hijos naturales y otros dos adoptados. Esto a grandes rasgos y como trailer de su película. Su barrio, Waila, sufrió el pasado mes de septiembre unas  inundaciones terribles. El río que baña el suburbio se desbordó a causa del puto Niño. Me refiero a El Niño – fenómeno atmosférico- y no al impertinente crío que toda comunidad de vecinos sufre. Como decía, se desbordó el Tchari y trincó por delante todo lo que pilló: Árboles, cosechas, animales, casas de adobe, las escasas pertenencias de los vecinos y más de 40 seres humanos. Cuerpo y alma, porque a esos ya no los devuelve ni Alá ni la que lo parió. Ni Dios ni su padre.
En fin, que les voy a contar, la historia de siempre. Si antes ya eran unos desgraciados, dignos pero desgraciados, ahora son un montón de almas en pena, pululando por el precario campamento que les montó el ejercito con cuatro tiendas roñosas, importadas gracias a la gran generosidad de Arabia Saudita. Si, justo, esa misma Arabia repleta de Rolls Royce, mansiones, doctorados en Harvard y en Yale. La que rebosa petróleo hasta por las orejas del Jeque Mohamed, o como se llame. Pero aquí en Yamena lo que rebosó es el agua, que cuando se enfada tiene muy mala leche  y no entiende de trazados urbanos, pensados con las posaderas o con la desesperada búsqueda de un lugar donde vivir mientras esperas una vida mejor.
Pero fíjense que cuando entrevisto, fotografío y charlo con los desplazados, todavía me sonríen, aunque con tristeza, mientras me cuentan que perdieron a un hijo, que los bandidos aprovechan su vulnerabilidad para llevarse lo poco que les queda, que el gobierno no les hace ni puto caso y que pasan más hambre que los pavos de Manolo. O de Hassan en este caso.
Primero El Niño que los barre y luego sus líderes, elegidos por la gracias de Dios y del pueblo – como en todas partes – que van y se cagan en medio. Con perdón.
Allí conocí a Celestine, a Shabur o a Josephine con su pequeña de 9 días, por ejemplo. Y allí  observé sus ojos sin brillo que son el espejo de su alma.
Mientras el Gobierno de turno en el país vende el petróleo y se forra, ellos se apagan y recelan de su destino ante las inminentes lluvias. Que, por cierto,  se espera comiencen un día de estos. Si se llevó sus casas de adobe, imaginen lo que pasará con las tiendas de tela de la amabilísima Arabia Saudita. Joder.
Y en referencia al título que abría este desahogo, les diría que mientras paseaba por el barrio me topé con las letrinas – un socavón gigante en el suelo – y con el matadero de animales. Olía como no recordaba que algo podía hacerlo. Era más que mierda humana y putrefacción de despojos y sangre a casi 40 grados. Era un olor tan intenso y nauseabundo que me impedía respirar.
Salí a toda prisa de allí.  Y mientras contenía la respiración, no pude evitar pensar que así debe de ser como huele el alma de aquellos mal nacidos que permiten que esto ocurra y se perpetúe. Aquellos malditos que pueden evitar esto, que para eso están, para eso los escogemos, y no lo evitan. A eso huele Waila.
Volveré con más y espero que mejor.

8 comentarios:

  1. Interesante crónica y buenas imágenes, Alfons.
    Buen viaje y buena luz!!!

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  2. Buff, qué fuerte, Alfons!. Esta es una entrada rabiosa, de indignación, tal como se merece tratar los sufrimientos humanos perfectamente solventables...si hubiera interés por parte de los poderosos.
    Por no hablar de "El Niño" y su relación con el cambio climático generado por el uso abusivo del planeta, gentileza nuestra, los autodenominados "paises desarrollados"..
    Gracias por estar ahí, compañero.

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  3. Muy buena la imagen, la idea de a qué huele el alma de ciertos individuos.

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  4. Abrazos a todos desde Nokou! a ver si lo encontrais en el mapa!

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  5. Esther Coscojuela2 de marzo de 2011, 23:18

    Impresionantes fotos e impresionante historia.

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  6. http://www.maplandia.com/chad/kanem/nokou/

    Pero la imagen es muy fría. Aunque ojalá tú no la tuvieras que explicar y nosotros no tuviéramos que imaginar a qué huele

    Saludos y ánimos

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