w a l k o n e a r t h es el lugar donde desahogo mi conciencia y aplasto mis frustaciones. También lo hago en otros lugares, pero me pagan por ello...



lunes, 21 de noviembre de 2011

CRÓNICAS AMERICANAS | 2ª Parte. Guatemala y la lucha campesina.


  © foto Alfons Rodríguez. Campesinos del valle del Polochic. Armados con machetes y con el corazón en un puño.

Dice Federico, con un cigarro en la mano, entre calada y calada, que la van a liar parda. Y con razón. Llevan 500 años tocándoles los cascabeles. Y ya han demostrado de lo que son capaces. “Si no fuera por mi niña…”. Chupao y tiznao, con dos corazones tatuados en el pecho, los pómulos prominentes y otras cosas que no puedo decir, verlo enfadado debe dar mucho miedo. Se lo digo a usted,  señor Otto.
Pero, comencemos por el principio.

Érase una vez una familia alemana – los Witman – que se estableció en un bello rincón del corazón maya. Polochic se llamaba aquel frondoso y fértil valle guatemalteco. Pasaron los años y su negocio de caña de azúcar los fue haciendo más y más ricos y, por tanto, poderosos. Pero había un obstáculo en su afán por tenerlo todo. Aquellos malditos indios, sus creencias y tierras daban más por culo que el perro del hortelano. Ya saben: ni come él ni deja al amo.
Pues eso. Aquellos indios que, aunque campesinos que se han dejado la vida en aquellas tierras, no merecen más que balearlos o rociarlos. Un estorbo menos. Pim, pam…uno menos. Puaj.
Un grano en el culo del señor Witman: la comunidad de Paraná. Un puñado de familias despojadas de casa, comida, dignidad y derechos. Y allí, solemne, Federico.

Alberto Arce y José Cuc –profesionales como la copa de un pino y con un par de cojones-  y un servidor, nos colgamos las cámaras y nos liamos la manta a la cabeza. Nos plantamos ante los sicarios que protegen la finca del amo, que son los mismos que hostigan, rocían y matan a los campesinos. “No sabemos nada…son ellos los que nos atacan…la pistola? No. No foto”. Pero ellos nos las toman a nosotros para acojonarnos. Nos rodean intimidatorios. Algunos, entre las dulces cañas  con cara amarga, escondidos. El jefe es como un pistolero salido de un Spaguetti Western: Sombrero vaquero, cinturón de balas, pistolón y botas camperas. Da miedo y pena, pienso. Si no fuera por las gafas de sol fresitas, parecería un macho, pero en realidad es más bien un mierda, pendejo, chingón y maricón…matar a sus hermanos. El perro.
Pero lo que no saben, o no les preocupa – gran error-  a los finqueros de Guatemala es que la lucha continúa. Los campesinos están armados. Armados con la razón, el orgullo y el hambre. Y eso es mucha bala para compararla con fusiles automáticos, cartuchos y gasolina. Esa gasolina con que queman las champitas –cabañas- en las que malviven los campesinos.
Mientras el gobierno, generoso y solidario, les entrega a sus lindos inditos una bolsa con comida para un mes. Una bolsa por familia que dura dos días y que llegará cada…no se sabe cuanto. Otra vez Sr. Presi… que es peor el remedio que la enfermedad. Aunque claro, usted de matar campesinos ya sabe rato largo.
El recuerdo y el llanto.
Me voy a ver a unos cuantos ex guerrilleros y ex guerrilleras campesinos. Me gusta que mantengan sus alias de combate aunque dejaran caer las armas hace ya 15 años. Eso los mantiene firmes. Los hombres me cuentan orgullosos que esa es su tierra y que con los pies por delante si los quieren desalojar. Las mujeres, igual de fuertes pero con lágrimas en los ojos, me hablan de que se empieza luchando por un país y acabas luchando por tus hijos y su futuro.
También me doy un garbeo por las plantaciones de palma africana. Esos cultivos tan majos que se están cargando el planeta y alentando al Tercer Jinete a cabalgar de nuevo. Allí trabajan las mujeres, engañadas. Por cuatro duros y amenazadas. Si quieres cobrar tienes que hacer que tus hijos trabajen en vez de ir a la escuela. Si los envías a la escuela no comen. No hay elección, me dicen las mamitas.
Mientras, los finqueros –entre los que hay algún español y algún familiar de Pérez Molina- se llenan los bolsillos de dinero. Se compran yates y se forjan un lugar en el infierno. Pero eso a ellos les da igual. Lo que no les va a dar igual es cuando Federico, Antonio, Petrona, Maritza y todos los demás campesinos, juntos y con el puño en alto, se le planten un día en la puerta de su mansión, los cojan de los huevos y les hagan cantar las canciones de Luís Enrique Mejía Godoy. Lo que yo daría por hacer fotos de ese momento. Lo que yo daría.


 © Foto Alfons Rodríguez. Campesinos de San Miguelito en protesta por los desalojos posando ante la cámara.


(C)DE LAS IMAGENES ALFONS RODRÍGUEZ/PROHIBIDO SU USO/DO NOT USE.

6 comentarios:

  1. Alfons, una genial crónica de lo que pasa por esos rincones del mundo que no conocemos y tu nos relatas poniendo tu granito de arena por cambiar, si fuera posible, esas injusticias.
    De los mejores blogs que sigo.
    Gracias y no dejes de informar a tus lectores.
    Reimi

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  2. Gracias Reimi, por lo ánimos...
    Ahí voy a seguir: intentar explicar lo que a mi expliquen primero.
    Abrazos desde Haití.

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  3. Buf, impresionante e indignante al mismo tiempo, Alfons. Espero que se difunda a los cuatro vientos y sirva para cambiar algo.

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  4. Hay cosas que nunca cambian. Esta es la historia de América desde un otoño de 1492. Desde entonces no se ha dejado de abusar de sus habitantes. Y encima nos quejamos nosotros de cuando vienen a buscarse la vida a nuestro país, eso me hace pensar en lo miserables que somos todos, no sólo esos terratenientes. A menudo pienso que para limpiar la mierda de este mundo habrá que empezar de cero. Un saludo y gracias por tus crónicas

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  5. Increíble pero cierto... Y muy indignante! Gracias por abrirnos los ojos i hacernos ver la realidad.

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