© Foto Santiago Lyon/ Fundación Miguel Gil Moreno
Parte I.
¿Conseguir la foto o salvar una vida?
Con
esta pregunta-titular comenzaba un amplio reportaje publicado hace más de 10
años en uno de los periódicos nacionales más importantes de nuestro país.
Conservaba
el recorte, con el papel ya amarillento,
en una vieja y polvorienta caja de mi archivo. El otro día, filtrando
recuerdos, limpiando mi historia y dejando hueco para la parte de existencia
que se avecina -si tengo suerte-, lo encontré, bien doblado, al final del
legajo en que se convierte cualquier vida pasada.
Fue
un reencuentro triste, cargado de melancólica agonía, no sólo por el contenido
del reportaje si no por la emoción que
recuerdo me produjo su lectura y la
excitación pasional que me inyectó. Hoy, tras tantos años viendo lo peor de este mundo, mis sensaciones poco
tienen que ver con aquellas. Me explico, o lo intento.
Era
un reportaje sobre libros de temática reporteril. Libros que hablan del oficio,
escritos por los propios reporteros. Hablando de ellos mismos o en ocasiones de
compañeros de profesión. La página que abría llevaba una imagen a buen tamaño
-18,3x27,5 cm –. Una fotografía de Santiago Lyon, captada en 1998, en la que se
veía a Miguel Gil junto a un guerrillero albano kosovar en Pastina, los dos
junto a Lyon escapando de los disparos. El guerrillero con fusil en ristre, Gil con su cámara en
pleno curro. Muchos la habréis visto. Imagino a Lyon, el autor de la foto, a
escasa distancia, encuadrando, enfocando y casi sin componer – a la mierda con
la composición- creando una foto épica, pegándole un mordisco a la realidad y
escupiéndolo después en los medios de comunicación. Pero sobre todo guardándoselo en el particular cajón de su pasada
existencia. Miguel Gil, “chupao”, blanco de piel, el gafitas con dos huevos. Uno de los que me empujó por
la ventana. Esa ventana por la que se lanzan o son empujados – como el
paracaidista en su primer salto- los que nos decidimos por esta amada y odiada
profesión. Miguel Gil, el grande.
Paso
la página y a la izquierda aparece una
columna de opinión de Llàtzer Moix. La leo otra vez, una década después de ser
escrita. El señor Moix comienza su columna con el siguiente párrafo: “El buen
reportero es un infrecuente cruce de hombre de acción, estudioso y buen
ciudadano.” La frase tiene sus verdades, pero incompletas. Decía Kapuscinski que
la verdad está siempre tras un campo
minado. Y si alguien la quiere hay que apretarse y cruzarlo, añadiría
yo. Más razón que un santo la del maestro de reporteros.
Con
permiso de Moix, y como complemento a su frase, yo añadiría que a la acción, el
estudio y la bondad cívica hay que añadir la paciencia. La única virtud
que nos permite aguantar tanta mierda en
espera de un mundo mejor. La única que
nos permite soportar nuestras precarias condiciones profesionales, nuestros
sueldos de guasa y nuestro incierto futuro. Sin duda es la paciencia, a estas
alturas, y no la pasión por nuestro oficio lo que nos hace resistir en este
agujero. No hay sacrificio, estamos aquí por que queremos. Por cojones. Por que
no sabemos o queremos hacer otra cosa en la vida. Valor, cultura y civismo
concluye el autor. Los ingredientes básicos del buen reportero. Un ideal que
con total seguridad no se cumple casi nunca.
Continuará…
Yo añadiría a este escrito la frase que siempre dice el Gran maestro Meneses; “esta profesión es para supervivientes”. Te digo una cosa Alfons, estamos así por nuestra propia avaricia. Si fuéramos todos tan buenos ciudadano como dice el amigo Moix, otro gallo nos cantaría . Estamos en esta cueva porque solitos nos hemos metido. Y desde luego, o nos sacamos nosotros del agujero o no nos saca nadie. Pienso que dentro de poco ya no te hará falta ir al antiguo Alto Volta para ver como el arroz está a precio de oro o vicebersa. Ya hay aquí un montón de reporteros que curran por casi un plato de arroz.
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